Se habrá dado cuenta el viajero de que el agua era fundamental para aplicar el sistema arrugia en una explotación aurífera. También Plinio se refiere a ello: “Existe otra labor más costosa todavía, y es traer ríos desde las cimas de los montes para lavar este derrumbamiento, a veces desde cien millas de distancia”.
En Las Médulas el problema se solucionó construyendo una red de ocho acueductos que captaban el agua de los neveros, fuentes y arroyos de los Montes Aquilanos, a veces a cotas que superan los 1.700 metros de altitud. Dos de estos canales parten de las proximidades del Valle del Silencio, en la vertiente norte; los otros seis discurren por la vertiente contraria –hay un séptimo canal que no llega hasta Las Médulas–, alimentándose con los afluentes de la margen derecha del río Cabrera, cuyo caudal llegaron a reforzar mediante un trasvase que aportaba agua desde el río Eria, en la cuenca del Duero, hasta el río Cabo, en la del Sil. En total fueron casi 400 kilómetros de canales, de los que 92 corresponden al más largo de ellos, con posibilidad de aportar, en su conjunto, 16 millones de metros cúbicos de agua cada año. Se trata, pues, de una infraestructura hidráulica sin precedentes en la Antigüedad, en la que, además, se construyó el primer trasvase de cuenca de la Península Ibérica.
Sin desplazarse del Mirador de Orellán, el viajero tendrá la oportunidad de contemplar algunos de estos acueductos en su última etapa. Mirando hacia el sureste, observará dos sendas que se aproximan al yacimiento con suave pendiente: son canales. Más a la derecha, sobre la falda de La Franca, un abanico de grandes surcos desciende hasta la cota del Mirador. A partir de este punto, superponiéndose con el camino que discurre casi al borde del barranco, un canal termina desembocando en el pequeño embalse que se abre a nuestros pies.